El Proceso de autoevaluación para las universidades debe verse como un compromiso serio por la mejora continua. No es un taller, una consulta o la elaboración de un informe… Más allá de eso debe ser: “cultura de la calidad y mejora continua, pero con conciencia de todos”. Y referido a esto se encuentran diversos conceptos o definiciones sobre el proceso de autoevaluación. En esta oportunidad quiero hacer referencia a dos de ellos: “la autoevaluación como un proceso de investigación del quehacer académico institucional, cuyo fin es promover su mejoramiento; como resultado de una práctica de autoconocimiento que conlleva cambios o transformaciones coherentes con los principios, propósitos y funciones de la Universidad”. Y la otra más sencilla que la define como un “proceso interno de análisis y reflexión sobre el quehacer de las instituciones, este debe hacerse con transparencia, honestidad y con el único fin de lograr la mejora continua”.
Una cultura de hacer las cosas bien cada día; dar y entregar lo mejor de mí sin esperar que me evalúen
o supervisen, me feliciten o premien, es una oportunidad de cambiar, actualizarnos y aprender.
Se ha preguntado entonces: ¿Por qué nos genera tanto estrés, temor u otro tipo de alteraciones
escuchar la palabra autoevaluación? La respuesta podría estar relacionada con la falta o poca cultura
de autoevaluación de la que hacemos referencia en los renglones de atrás y con la mala experiencia que
tenemos de procesos anteriores, vivencias, prácticas, que sumados nos provocan miedo y tensión, al vernos
descubiertos en lo que hacemos día con día.
Entonces, ante esta situación, la tarea es reeducarnos en el proceso y aunque no sea fácil es hora de iniciar.
Es importante estar convencidos que la autoevaluación institucional sirve para mejorar la calidad educativa
y no para obtener un certificado de acreditación sólo así el proceso puede ser más natural, sin prejuicios
y contar con la colaboración de todos. Se debe estar consciente que la evaluación ya no debe ser sinónimo de
reprobación, reclamos, despidos, como lo era antes, es necesario sensibilizar en este aspecto para que los
resultados sean los esperados. Por ello estoy convencida que es mejor morir en el intento que nunca haberlo intentado.
En una ocasión tuve la oportunidad de participar en un entrenamiento para pares evaluadores a través de una
empresa extranjera dedicada a la acreditación de programas y carreras. Llegamos a la institución y durante
el recorrido que hicimos en cada una de las áreas visitadas fue muy interesante observar cómo las personas
se iban de un lugar a otro: nerviosas, temerosas y a la expectativa de lo que les preguntarían. En una de
esas visitas nos invitaron a sentarnos a la mesa de un área en particular y los pares evaluadores iniciaron
la conversación con algunas preguntas para recoger la información necesaria que permitiría poder evaluar
cada uno de los servicios. De repente, las personas interrogadas por debajo de la mesa comenzaron a pasarse
un hoja donde estaba lo que cada quien respondería ante las preguntas que se estaban abordando.
¿Qué reflexión podemos obtener de ésta experiencia? Si han sido ellos los que voluntariamente han
decidido someterse a este tipo de evaluación externa para mejorar los servicios que ofrecen a sus
clientes qué sentido tienen estas acciones, no sería mejor explicar y contestar con base al qué y
cómo se hace para que se cumpla el objetivo de la evaluación.
Si realmente se pensara en la mejora continua otras serían las actitudes, lo mismo es con la autoevaluación
y hasta menos complicada porque quienes nos evaluamos somos nosotros mismos. Es una introspección objetiva
del quehacer diario en cumplimiento de la misión, visión, fines y valores institucionales.
En la medida en que compartamos información, participemos sin miedo, diciendo la verdad, la acreditación
vendrá por añadidura, será un paso inevitable en el camino de la mejora continua; sin embargo al final
no es lo más importante ese certificado, pues muchas instituciones que lo tienen siguen haciendo las cosas
igual. Entonces se convierte en un requisito de prestigio y se pierde el objetivo, ¿Acaso no es mejor hacer
las cosas de calidad hoy, mañana y siempre por simple convicción y compromiso con la sociedad a la que nos debemos?
Por hoy no me queda más que invitarles a ser parte de éste proceso pero con una perspectiva diferente,
olvidando los viejos esquemas de la evaluación orientados al abuso de poder, la intimidación y ocultamiento
de información. Participemos sin miedo y con compromiso, sólo así estaremos en el camino de la mejora continua.
Por. M.Ed. Patricia Molina de Núñez.
Vicerrectora Universidad Autónoma de Santa Ana